NOSTALGIA
Por Carlos José Vélez
Otàlvaro Coordinador Iegamar
Sí que ha cambiado el clima en
Medellín, en todos sus ámbitos, desde
que tengo memoria hasta ahora. En lo referente a la temperatura ambiente, la temperatura no pasaba de los 19 grados,
incluso en las horas del mediodía, de ahí, se deriva el título de “La Ciudad de la Eterna
Primavera¨.
No olvido, que pasadas las tres
de la tarde, todo el mundo se abrigaba, de alguna manera, ya fuera un buzo, una
chaqueta y para no olvidar la ruana de los hombres y el chal de las mujeres,
que era muy normal, verlos, luciendo estas prendas, sentados en las puertas de
las casas, en taburetes forrados con cuero de vaca, viendo caer la tarde en
medio de una agradable conversación con los vecinos, donde todo era cordialidad
y donde todos se conocían en la cuadra.
A los niños,(éramos una nube,
mucho menor que la de las mariposas) jugando siempre a la vista de los mayores,
los acompañaba el vuelo de pequeñas mariposas negras con rayas amarillas, el
vuelo de las golondrinas y los bellos arreboles que se formaban encima de las
montañas.
Los juegos callejeros, acompañados de la risa, la
alegría y los gritos infantiles, eran la única preocupación en los días de
vacaciones y fines de semana (la cuadra moría en tiempos de estudio).
Después de hacer tareas, en las
horas de la tarde (era doble jornada escolar), nuestra “labor” principal era
oír en la radio las aventuras de Kalimán, “El hombre increíble “, y de Arandú, “El príncipe de la selva, que se
transmitían de lunes a viernes, y nos hacían vivir intensamente todas sus
aventuras, que incluso, muchas veces, comentábamos con nuestros compañeros del
colegio. También, los cuentos de hadas y los libros de aventuras, nos enseñaron
a soñar y a desarrollar el gusto por la lectura y además, por medio de ellos
conocimos lugares lejanos y maravillosos que todavía conservamos en la memoria,
amén, la capacidad de asombro, se mantuvo viva, lo que ayuda a que nuestro niño
interno esté con vida y, en momentos de difilcultad, nos hace la vida más
llevadera.
Cuando crecimos, y abandonamos la
niñez, la ciudad quedó, abierta para
nosotros sin la existencia de fronteras
invisibles, lo que nos permitió conocer
otros barrios y otras muchachas, sin que por eso hubiera problemas, crecimos en
un ambiente tranquilo, sano, y fuimos felices, sin ponerle tanta pirinola a la
vida que teníamos por delante, y gastamos nuestra energía, luchando por hacer
realidad nuestros sueños.
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