lunes, 27 de octubre de 2014

NOSTALGIA
Por Carlos José Vélez Otàlvaro  Coordinador Iegamar


Sí que ha cambiado el clima en Medellín,  en todos sus ámbitos, desde que tengo memoria hasta ahora. En lo referente a la temperatura ambiente,  la temperatura no pasaba de los 19 grados, incluso en las horas del mediodía, de ahí, se deriva  el título de “La Ciudad de la Eterna Primavera¨.
No olvido, que pasadas las tres de la tarde, todo el mundo se abrigaba, de alguna manera, ya fuera un buzo, una chaqueta y para no olvidar la ruana de los hombres y el chal de las mujeres, que era muy normal, verlos, luciendo estas prendas, sentados en las puertas de las casas, en taburetes forrados con cuero de vaca, viendo caer la tarde en medio de una agradable conversación con los vecinos, donde todo era cordialidad y donde todos se conocían en la cuadra.
A los niños,(éramos una nube, mucho menor que la de las mariposas) jugando siempre a la vista de los mayores, los acompañaba el vuelo de pequeñas mariposas negras con rayas amarillas, el vuelo de las golondrinas y los bellos arreboles que se formaban encima de las montañas.
Los juegos  callejeros, acompañados de la risa, la alegría y los gritos infantiles, eran la única preocupación en los días de vacaciones y fines de semana (la cuadra moría en tiempos de estudio).
Después de hacer tareas, en las horas de la tarde (era doble jornada escolar), nuestra “labor” principal era oír en la radio las aventuras de Kalimán, “El hombre increíble “, y de  Arandú, “El príncipe de la selva, que se transmitían de lunes a viernes, y nos hacían vivir intensamente todas sus aventuras, que incluso, muchas veces, comentábamos con nuestros compañeros del colegio. También, los cuentos de hadas y los libros de aventuras, nos enseñaron a soñar y a desarrollar el gusto por la lectura y además, por medio de ellos conocimos lugares lejanos y maravillosos que todavía conservamos en la memoria, amén, la capacidad de asombro, se mantuvo viva, lo que ayuda a que nuestro niño interno esté con vida y, en momentos de difilcultad, nos hace la vida más llevadera.

Cuando crecimos, y abandonamos la niñez,  la ciudad quedó, abierta para nosotros sin  la existencia de fronteras invisibles,  lo que nos permitió conocer otros barrios y otras muchachas, sin que por eso hubiera problemas, crecimos en un ambiente tranquilo, sano, y fuimos felices, sin ponerle tanta pirinola a la vida que teníamos por delante, y gastamos nuestra energía, luchando por hacer realidad nuestros sueños.  

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